Ya he hablado en otras ocasiones del restaurante Iztac. Y es que encontrar un rincón en la capital donde disfrutar de la auténtica gastronomía mexicana, sin aditivos ni adaptaciones, ha sido harto difícil hasta que Iztac abrió sus puertas a inicios de verano de 2018. Curiosamente se ubica en el mismo local en el que estuvo el primer restaurante mexicano que se inauguró en España, México Lindo.
Durante estos algo más de dos años, se ha consagrado como uno de los mayores templos de la cocina mexicana en la capital. Y ello gracias al recorrido que nos invitan a realizar por los 32 estados del país y las nueve zonas geográficas.
Con la llegada del otoño, el chef mexicano Juan Antonio Matías (que cuenta con 17 años de experiencia en los mejores restaurantes de la capital azteca) ha diseñado una nueva carta con el objetivo de acompañar al comensal por los sabores más auténticos del país, utilizando fundamentalmente ingredientes de la cocina de sus costas. Ello supone una amplia selección de ingredientes que provienen del mar.
Según palabras de su dueño, Jorge Vázquez: «Iztac quiere transmitir la calidad y autenticidad de esa gastronomía que consiguió ser la primera en ser declarada por la Unesco Patrimonio Invaluable de la Humanidad”.
En su nueva carta hay espacio para platos tan genuinos (y a la vez desconocidos en España) como el pan de cazón campechano, el riquísimo salpicón de ternera típico de la zona del centro del país o estas gambas petroleras.
Además de los tacos estilo rosarito, los tacos de pescado maya y los tacos de carnitas de pato, permanecen en la carta los tacos árabes. Y es que en México cualquier guiso tiene grandes posibilidades de convertido en un taco.
Aviso para navegantes: los tacos árabes son altamente adictivos y un buen motivo por el que repetir y repetir visita a Iztac.
Algunas de las propuestas más novedosas de la carta son las enchiladas mineras, el almendrado oaxaqueño, el bacalao a la veracruzana, el solomillo pénjamo, el estupendo mole poblano o este pato con manchamanteles.
Iztac no sería lo mismo sin su excelsa opción de bebidas. Una cuidada selección de vinos mexicanos acompaña a gran variedad de cervezas, micheladas, mezcales, tequilas y margaritas. Nos gusta la propuesta de cócteles disponibles tanto a la hora del almuerzo y la cena como para el afterwork -también en barra y terraza-.
El nombre de Iztac significa “blanco” en lengua náhuatl y hace referencia al eterno manto de nieve que corona el volcán Iztaccíhuatl y que junto al Popocatépetl vigilan y contemplan la ciudad de México. La leyenda de Iztac y Popo es una historia de pasión, de sentimientos y de amor, valores que como la nueva carta del restaurante es necesario experimentar y sentir como estos exquisitos buñuelos.
No puedo por menos que hacer hincapié en su sala: obra del estudio Freehand Arquitectura y decorado con piezas exclusivas de artesanía mexicana, grandes libros de su gastronomía y en sus paredes los explosivos cuadros del artista Gabriel Moreno (ver foto de portada).
Su espectacular terraza en funcionamiento durante todo el año es un plus, tan dulce y apetecible como este otro postre: chocolate de metafe con gelée de café de olla.
Para los más curiosos:
El espacio recibe su nombre de la leyenda de los amantes Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Una historia de amor ambientada en el esplendor del Imperio Azteca que relata la tragedia de estos dos enamorados. Dominado el valle de México por los aztecas, numerosos pueblos vecinos, cansados de pagar el tributo obligatorio, deciden luchar por la libertad del pueblo. Uno de ellos, el cacique de los tlaxcaltecas, padre de la joven y bella protagonista, Iztaccíhuatl, depositó su confianza en el joven guerrero prometido de su hija, Popocatépetl, para liderar su pueblo.
Popocatépetl parte a la batalla con la promesa de tomar la mano de Iztaccíhuatl si regresaba victorioso de la batalla. Al poco tiempo, un rival del joven, celoso del amor que ambos se profesan, confiesa a Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate. Abatida por la tristeza y sin saber que era mentira, Iztaccíhuatl muere. Un hecho que Popocatépetl desconoce hasta su regreso. Entristecido por la noticia, decide honrar su amor y manda construir una gran tumba ante el sol amontonando diez cerros formando una montaña. En brazos carga el cuerpo de su enamorada hasta la cima. Una vez allí, el joven lo recostó sobre el suelo y le dio un beso póstumo. Con una antorcha en la mano se arrodilla junto a su amada para velar por su sueño eterno. Desde entonces permanecen juntos uno frente al otro.
Con el paso del tiempo y con la nieve cubriendo sus cuerpos, los jóvenes se convierten en dos grandes volcanes que seguirán así eternamente. La leyenda añade que cada vez que Popocatépetl se acuerda de Iztaccíhuatl el volcán arroja cenizas en un símil a la pasión eterna de su antorcha echando humo.